miércoles, 29 de septiembre de 2010

ANECDOTARIO DE COMPOSITORES IV: Shostakóvich visita Estados Unidos a petición de Stalin.

Cuando Stalin llamó a papá, estábamos en casa mis padres y yo. Mi padre hablaba desde su estudio y mamá escuchaba la conversación desde el otro aparato que teníamos instalado en el recibidor. Le rogué que me pasase el auricular porque tenía unas tremendas ganas de escuchar en vivo la voz de Stalin. Ella accedió y me tocó en suerte escuchar algunas frases de la conversación que aquél mantuvo con mi padre.

Bien se sabe que, a fin de cuentas, Shostakóvich viajó a Estados Unidos en 1949. Oficialmente, integraba la delegación soviética que asistía al Congreso Internacional de la Ciencia y la Cultura para la Paz Mundial. La delegación incluía también a escritores, directores de cine y científicos. Debido a su timidez y su modestia, Shostakóvich nunca refirió detalles de su viaje allende el océano. Pero el escritor Alexandr Fadéyev, quien también viajó con la delegación, comentó con sus amigos algunos pormenores de la bienvenida que dieron al célebre compositor en Estados Unidos.

Para empezar, varios miles de músicos se congregaron en el aeropuerto de Nueva York con el fin de saludar a Shostakóvich. El propio grupo de personalidades que llegó desde la Unión Soviética fue denominado en la prensa de la siguiente manera: Dmitri Shostakóvich y sus acompañantes. Como a los norteamericanos les costaba pronunciar correctamente nuestro apellido, lo transformaron a su manera llamando a mi padre con una especie de apodo: Shosty.

De vez en cuando, la gente le gritaba: Shosty, ¡da el salto como Kasiánkina!. Poco antes de aquel viaje de nuestro padre a Estados Unidos, ocurrió allí un escándalo cuando una maestra rusa de apellido Kasiánkina, que trabajaba en una escuela adjunta a la misión soviética, pidió asilo político. Los diplomáticos soviéticos trataron de ponerle obstáculos y encerraron a la mujer en un local de la embajada. Pero Kasiánkina consiguió abrir la ventana y saltó a la calle, donde le esperaba una multitud de americanos.

Lamentablemente, el pobre Shostakóvich no podía ni soñar con seguir el ejemplo de Kasiánkina. Se daba perfecta cuenta de qué suerte correríamos su mujer y sus hijos, como también toda la numerosa y extensa familia que teníamos, si se hubiese quedado en Occidente. Fui yo quien pudo dar ese paso en 1981. Pero mis circunstancias eran diferentes: mi primera mujer ya tenía otra familia y estaba conmigo el que era entonces mi único hijo. Además, en términos de posibles represalias, el régimen de Brézhnev no podía compararse con la crueldad de Stalin…

Fadéyev contó también a uno de sus amigos el siguiente episodio. Shostakóvich entró en una farmacia de Nueva York para comprar aspirina. Pasó en el establecimiento no más de diez minutos, pero cuando salía a la calle vio que uno de los dependientes ya colocaba en el escaparate un anuncio publicitario que decía: Aquí compra Shostakóvich.

Mijaíl Árdov; Shostakóvich Recuerdos de una vida, 2006, Siglo XXI de España Editores, S.A., págs. 47 y 48.

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