martes, 14 de septiembre de 2010

CRÍTICA MUSICAL II: Ives reflexiona sobre su música y arremete contra todos

Ives no se preocupaba especialmente si la gente consideraba que su música no podía ser ejecutada. Las imposibilidades actuales son las posibilidades del mañana, era su comentario insistente. Se trataba de un individualista, y ni siquiera lo preocupaba que los músicos embrollasen las notas, mientras se entendiese lo que el compositor intentaba expresar y el efecto general que se proponía alcanzar. En el curso de una de sus poco frecuentes ejecuciones, en 1931, la orquesta, que se esforzaba penosamente por seguir el errático modo de escribir de Ives, terminó en un caos. Exactamente como una asamblea municipal, cada uno hace lo que quiere. ¡Qué maravilloso resultado!, dijo admirativamente. Como Beethoven, a quien tanto admiraba, Ives perseguía una Idea, en el sentido platónico de la palabra. Pero no era un compositor encerrado en su torre de marfil. Aceptaba el arte como una función natural de la humanidad, y ansiaba que llegase el día en que cada individuo, mientras cultiva sus patatas, llegue a producir su propia Épica, sus propias Sinfonías (óperas, si eso le agrada), y cuando al atardecer se siente en su propio patio trasero, en mangas de camisa, fumando su pipa y contemplando a sus hijos que se divierte, construya sus sonatas de su vida, contemple las montañas y vea sus propias visones, o la realidad de los niños. Sobre todo, despreciaba la música bonita admirada por el público. Al típico amante de la música, a ese que se sienta e inhala los sonidos bonitos, lo llamaba Rollo, un nombre extraído de la serie de libros para niños escritos por el reverendo Jacob Hallowell Abbott entre 1834 y 1858. Rollo era un niño de mamá, simpático y aburrido. Los Rollos en masa merecía a Ives la denominación de pajaritos. Continuemos nuestra lucha -¡el arte- con fuerza –no cedamos porque a los pajaritos no les agrada – Y acusa a Richie Wagner de falsa nobleza. A sus ojos, Debussy era un hombre de la ciudad que los fines de semana se refugia en la estética rural. Chopin era blando… ataviado con una falda. Ravel era débil, mórbido y monótono. El pájaro de fuego de Stravinsky se repetía sin descanso y resultaba fatigoso. Mozart era afeminado y constituía una influencia negativa sobre la música.

Harold C. Schonberg, Los Grandes Compositores (II) De Johann Strauss a los minimalistas, 2004, Ediciones Robinbook, s.l., Barcelona, págs. 319 y 320

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