La reseña más colorista, sin embargo, procede de Liszt en La Gazette Musicale, una publicación fundada por Fétis. Liszt eligió concentrarse menos en Chopin y más en el glamour, el éxito social y el ambiente del concierto. En este sentido, constituye una inmejorable descripción de la vida concertística de la década de 1840 para los artistas de la fama de Chopin:
El lunes pasado a las ocho en punto de la tarde, los salones del señor Pleyel estaban brillantemente iluminados; un incesante tráfico de carruajes depositaba al pie de los escalones, alfombrados y sembrados de flores fragante, a las señoras más elegantes, los jóvenes más modernos, los artistas más famosos, los banqueros más ricos, los lores más ilustres, la elite de la sociedad -aristócratas por su cuna, su riqueza, su talento y su belleza.
Había un piano de cola abierto en el estrado; a su alrededor, la gente se amontonaba en busca de los asientos más cercanos, llena de anticipación, no se perdería ni un acorde, ni una nota, intención o pensamiento del que allí iba a sentarse. Y su avidez, su atención y su actitud de adoración religiosa estaban justificadas, puesto que el hombre a quien esperaban, a quien deseaban ver, oír, admirar y aplaudir no era solamente un hábil virtuoso, un pianista experto en tocar notas – no era tan sólo un artista sumamente famoso-, sino que era todo ello y mucho más, era Chopin.
… En el concierto del lunes, Chopin eligió preferentemente las obras que estuvieran más alejadas de las formas clásicas. No tocó ningún concierto o sonata, ninguna fantasía o variaciones, sino préludes, études, nocturnos y mazurcas. Dirigiéndose a toda una sociedad, más que a un público, podría mostrarse tal y como es: un poeta elegíaco y profundo, casto y soñador. No tenía ninguna necesidad de sorprender o asombrar; buscaba más una delicada simpatía que el aplauso estruendoso. Pero hemos de decir que esa simpatía no le faltó: con los primeros acordes, se estableció una especie de comunicación íntima entre él y su audiencia. Tuvo que repetir dos études y una balada, y si no fuera por el temor a aumentar la fatiga que se mostraba en su pálido rostro, el público le habría pedido que repitiera cada una de las piezas del programa.
Éste es tan sólo un fragmento de una crítica mucho más larga; a pesar de las alabanzas, el tono de la reseña causó cierta preocupación en Chopin, y se produjo un rápido y marcado enfriamiento de la tibia amistad que lo unía con Liszt. Durante el verano que pasó en Nohant insinuó diversas veces su desagrado por Liszt y lo que éste representaba. El 13 de septiembre señaló a Fontana.
El artículo de Liszt sobre el concierto para la catedral de Colonia me divirtió mucho: que si había quince mil personas, contadas, que si estaban el presidente, y el vicepresidente, y el secretario de la Sociedad Filarmónica, y que si ése o aquel carruaje (ya sabes cómo son allí los coches), y que si el puerto, ¡y que si aquel barco de vapor...! Éste acabará siendo diputado, o incluso rey de Abisinia o el Congo; pero en lo que respecta a los temas de sus composiciones, acabarán reposando en los periódicos...
Ates Orga, Chopin, 2003, Ediciones Robinbook, s.l., Barcelona, págs. 145, 146 y 147
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