La diferencia entre Beethoven y todos los músicos que lo precedieron – al margen de aspectos tales como el genio y el vigor inigualado- radicó en que Beethoven se consideraba él mismo un artista, y defendía sus derechos como tal. Mientras Mozart se desplazaba en la periferia del mundo aristocrático, llamando ansiosamente pero sin que en realidad nunca se lo admitiese, Beethoven, que tenía sólo catorce años menos, abría de un puntapié las puertas, entraba como una tromba y se instalaba con soltura. Era un artista, un creador, y como tal superior, según su propio entender, a los reyes y a los nobles. Beethoven tenía ideas definidamente revolucionarias acerca de la sociedad, y un concepto romántico acerca de la música. Lo que está en mi corazón debe salir a la superficie, y por lo tanto tengo que escribirlo, dijo a su alumno Carl Czerny.
Mozart nunca haría nada parecido, y tampoco Haydn o Bach. La palabra artista no aparece en las cartas de Mozart. Él y los compositores que lo precedieron eran artesanos diestros que suministraban un producto, y el concepto de arte o de componer para la posteridad no entraba en sus cálculos. En cambio, las cartas y las observaciones de Beethoven abundan en palabras como arte, artista y capacidad artística. Pertenecía a una raza especial,y lo sabía. También sabía que creaba para la eternidad. Y tenía lo que le faltaba al pobre Mozart: una personalidad enérgica que sobrecogía a todos los que se relacionaban con él. Goethe escribió: Nunca he conocido a un artista que exhibiese tanta concentración espiritual y tanta intensidad, tanta vitalidad y tal grandeza de corazón. Comprendo perfectamente que debe parecerle muy difícil adaptarse al mundo y a sus formas. Goethe no comprendía bien a Beethoven. En Beethoven no se trataba de que él se adaptase al mundo y a sus modos. Como sucedería después con Wagner, la cuestión era que el mundo se adaptase a él. Con su personalidad de elevada intensidad, como con su tipo de genio de intensidad igualmente elevada, Beethoven pudo imponer sus propias condiciones a la vida en casi todo, salvo en su trágica sordera.
Harold C. Schonberg, Los grandes compositores (I) De Claudio Monteverdi a Hugo Wolf, 2004 Ediciones Robinbook, s.l., Barcelona, págs. 131 y 132
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