
Mozart nunca haría nada parecido, y tampoco Haydn o Bach. La palabra artista no aparece en las cartas de Mozart. Él y los compositores que lo precedieron eran artesanos diestros que suministraban un producto, y el concepto de arte o de componer para la posteridad no entraba en sus cálculos. En cambio, las cartas y las observaciones de Beethoven abundan en palabras como arte, artista y capacidad artística. Pertenecía a una raza especial,y lo sabía. También sabía que creaba para la eternidad. Y tenía lo que le faltaba al pobre Mozart: una personalidad enérgica que sobrecogía a todos los que se relacionaban con él. Goethe escribió: Nunca he conocido a un artista que exhibiese tanta concentración espiritual y tanta intensidad, tanta vitalidad y tal grandeza de corazón. Comprendo perfectamente que debe parecerle muy difícil adaptarse al mundo y a sus formas. Goethe no comprendía bien a Beethoven. En Beethoven no se trataba de que él se adaptase al mundo y a sus modos. Como sucedería después con Wagner, la cuestión era que el mundo se adaptase a él. Con su personalidad de elevada intensidad, como con su tipo de genio de intensidad igualmente elevada, Beethoven pudo imponer sus propias condiciones a la vida en casi todo, salvo en su trágica sordera.
Harold C. Schonberg, Los grandes compositores (I) De Claudio Monteverdi a Hugo Wolf, 2004 Ediciones Robinbook, s.l., Barcelona, págs. 131 y 132
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